escrito por Alexi Berríos Berríos
Diario de Los Andes, miércoles, 14 de abril de 2010
El caldo de cultivo de la historia de Venezuela lo encontramos al revisar en preciso lo concerniente a las guerras intestinas desarrolladas al calor del siglo XIX, y, encima, figuran los nombres de libertadores, luchadores sociales, epígonos de Bolívar enfrentando al imperialismo, arengas, conatos de autodeterminación... A decir verdad, la historia funge como el asiento de un protagonismo bélico determinante para la enseñanza y difusión de la misma. Es notorio, por ejemplo, la insistencia en trasladar a los héroes con sus maletas, acciones, "pensamientos," nada menos que al siglo XXI. Lógicamente, ese traslado anula la verdadera sustancia de la historia de Venezuela y convierte su estudio en palabra estéril. Puede decirse, incluso, que atomiza a la juventud en relación con la comprensión del hilo cultural venezolano. Cierto, ese conocimiento anecdótico, militarista, epopéyico... continúa siendo objeto de crítica científica, objetiva, señalándose sobre todo lo imperativo de entender de una vez por todas el significado de la historia de los hombres, y, es allí, donde figuran con fuerza estentórea el papel de lo civil. O, lo que es lo mismo, las ejecuciones de los hombres en el hilo del tiempo en virtud de construir una nación. Es innegable, las sociedades se configuran sobre la base de ideas, hechuras culturales... y en esa línea caen nombres como los de Andrés Bello, Santos Michelena, José María Vargas, Fermín Toro, entre otros que figuran en la larga lista de connotados venezolanos. Empero, confesémoslo sin amargura, estos nombres vienen siendo tratados de manera somera en el estudio de la historia nacional como resultado del privilegio conferido a los paladines de las guerras. Emergen los brillos militares a contrapelo de las dotes ciudadanas, develándose frente a las pupilas de los jóvenes venezolanos la fraudulenta y episódica historia de un país. En efecto, ¿Cómo pueden comprender los jóvenes lo atinente a la tradición de pueblo? ¿Cómo pueden buscar y seguir los pasos verdaderos desde el punto de vista del pensamiento? O cuando menos, ¿cómo pueden sentirse de manera clara y precisa venezolanos? Cabría muy bien, subrayar el enfriamiento que esto origina en esos espíritus acendrados. Enfriamiento, descontento, fastidio... y vaya con ellos el término negación de la historia.
Con tales apreciaciones, el estudio y la enseñanza de la historia debe dirigirse por la senda efectiva del conocimiento. Ir mucho más lejos de esas significaciones militaristas impeliendo la comprensión de la realidad venezolana en sus diferentes contextos. Sólo así, podríamos aspirar a forjar conciencia cívica en un país signado por ese círculo vicioso de repetidores de fechas, hazañas, contiendas... Por eso, Arturo Uslar Pietri expresó: "Pareciera que no ha habido otra cosa de importancia en Venezuela que batallas y combates, y que fuera de sus hombres de charreteras el país no tuviera hombres ejemplares (...) Caracas, que está poblada de estatuas de militares, no tuvo una de Bello hasta hace veinte años. En la misma plaza donde oscura e inadecuadamente se escondió a Bello, tenía varias décadas el bronce del general Zamora con el sable desenvainado. Como si fuera menos fecunda hazaña y menor herencia para la existencia y para la gloria de los venezolanos, la Gramática de la lengua castellana para uso de los americanos que el combate de Santa Inés".
En sustancia, se trata de encontrarle el sentido sereno, hermenéutico, objetivo, al pasado histórico como totalidad. Y a la sazón, impulsar la constitución de la auténtica historia de Venezuela para una juventud ávida de un bello futuro.